MEMORAR. ARMANDO RAÚL SANTILLÁN.
Edición Papeles del Boulevard. 2007.
Desde el título comienzo a leer al poeta y, digo desde el título, ya que éste lleva implícitas algunas asociaciones que deseo expresar. Memorar es un verbo que significa hacer o tener memoria de. Memo, el término vulgarmente conocido proveniente de “memorando” o “memorándum” es un solidario apunte que se tiene siempre a mano para refrescar lo que no podemos ni debemos olvidar. También la palabra “memorar” soporta un juego de desacomodación y podemos intentar leer “morar-me” y aquí es donde todo este preámbulo que hace al recuerdo más sustancial de la vida del poeta vertido en este libro, toma cuerpo y anuncia un texto de versos donde el hombre mora en el niño que fue, pero ese morar es denso, de una espesura tan contundente que la palabra da en medio de su profundo grito acallado. De entrada hay cuatro textos denominados Variaciones. Desde la Primera Variación ya se preanuncia un desapego de lo que supone el mundo real “Por razones obvias, sólo puedo caminar por lugares que no existen” y asimismo quita toda certeza a la palabra, lugar -el de ella- de la vacuidad, de la locura, de la fragilidad y de la muerte. A la vez trabaja sobre la idea de que “la memoria distancia la revelación profunda” y allí la palabra que podría ser luz, se torna misterio, y nuevamente aborda ese interregno donde existen “extraños parlamentos(…) errantes voces” en el que Santillán vuelve a encontrar lugares que no existen pero a los que le tiene afinidad y dan sentido tanto al lenguaje como a la memoria. Incursiona luego en sitios de desesperanza y entonces las “Palabras obreras de espectros medulares/enhebran la decadencia del sentimiento espontáneo”. Admite que hay “palabras que no están escritas para mi” y pienso en las tres o cuatro palabras que sostienen una vida y en su ausencia como inquietud y como incompletud. Pero a contramano de esto dice: “para llegar/usé la palabra amigo (…y abandoné los porfiados recodos de mi infancia/ Abro la puerta./ Soy el amigo”. Llegar a ser su propio y confiado camarada de si mismo, aquel a quien hoy recuerda transponiendo la infancia y dándose fuerza para las partidas y las puertas. “En mi cuerpo hay dolores de los otros…” y en el siguiente poema “somos nosotros quienes habitamos por costumbre nuestros cuerpos…” todo implica una corporeidad que sostiene tanto la evocación como la aceptación de aquella solitaria conversación con la interioridad, con su “profundo silencio” tal vez perturbado solamente por la indagación poética. El segundo capítulo “hilos de sueños y fantasías” parece anunciar poemas sutiles, gráciles, etéreos, pero por el contrario es en este tramo donde el autor abre un don categórico de enlaces, por un lado ve al sujeto poético embarcado en una tarea en la que establece una lucha con la muerte, creando y construyendo un lenguaje, las formas que labra en “el fermento de su soledad” forman su “herencia tenebrosa entre la luz y la sombra. Propone “la iluminación de la desesperanza” como destino del texto poético y como labor del poeta, la contradicción. Lo onírico es también parte de la memoria y de aquellos sueños que entre imágenes de pesadillas y paisajes oníricos “atisban lo incandescente/ a ras del sueño/ se instala siempre una puerta”. De este tramo es absolutamente necesario resaltar los poemas “Hilos” y “A Tientas”. El primero es un pasaje por la génesis de la palabra. Santillán hace con esmero la adjudicación de sus variados roles. La palabra es antigua memoria y arcano, roza nombres, la cita llena de ojos oteando al poeta, la ama, la degrada, la niega, la acepta, la aliviana o la adensa , la traba y la destraba en un juego aliterado y enajenado como los sentidos mientras se crea, se ama y se vive. Lejos del título del capítulo, la acción y la tensión del poema son indómitas de principio a fin. En el segundo poema mencionado, es otro discurso fuerte, de resonancia social, de dolor nacional y universal que excede lo soportable, Santillán convoca, pide en voz escrita pero altamente dicha “reventar el lenguaje y sellar nuestra lengua de hermanos” un llamado que pone de manifiesto tanta cicatriz en el cuerpo de los pueblos. En el último capitulo “hilos de resplandeciente memoria” el autor vuelve a cohesionar la infancia, las experiencias sexuales, la mirada de lo inexplicable y la palabra misma haciendo de nexo sobresaliente de toda su vida. En la infancia “quería abrir las palabra por el borde”, pero –destino de poeta- tuvo que ir adentro de ella, al fondo, a buscar con su memoria hecha de lampos y relámpagos, de señales de luces y estertores, de iluminaciones y revelaciones, del meditar, del re-signar, buscar entonces una morada en la que indefectiblemente cifró su destino. El último poema de este libro trabajado con excelente oficio es el deseo hiperbólico de hacer un poema que rebase los límites, tan amplio como su osadía lo permita, tan fuera del espacio como su corazón le ceda al poeta la posibilidad de una palabra que sea el amor, el aullido, el rencor, el silencio, en suma, todo el exceso y la desmesura de que es capaz el ser.
A.R.