ESTACION DE ANIMALES BUENOS. ALEJANDRO PIDELLO.
Papeles del Boulevard. 2007.
El poeta suma otro excelente libro a su larga trayectoria en el oficio, un texto intensamente evocador, con una urgencia de poema que sube a tierra y baja al cielo, como si con estas imágenes pudiera definirse ese mundo suyo hecho de plenitudes y desasosiegos. Lo que impresiona en una primera lectura es “lo vivo”, ese sustrato de sangre repartida en actos de amor que va haciendo señalizaciones de lugares, de nombres, de hechos, que propone casi trivialmente y luego se convierten en la medula del poema. El poeta juega y en ese juego va decidiendo que puede haber gatos en una cara, que Dvorak puede estrellarse en el perfume de un cuello, puede ver todos los diablos doblando la misma esquina en Rosario, o “las losas negras del mar del oro…” El poeta decide imaginar y pone colores inesperados para los que esperan los colores habituales, en “El irreal del sueño despertado”, desde el epígrafe de Flagothier, que dice que la belleza nace de su misterio, el poeta asegura que la importancia de la pintura y de las palabras no es la belleza, sino la disponibilidad, con esta cita, define también su modo de compromiso, su propia disponibilidad para poetizar, para que las imágenes lo atraviesen y lo arrasen como se nota en su obra. Sin disponibilidad no se puede permitir la entrada de lo bello. Pidello puede trabajar la palabra arquitectónicamente, como se trabaja con líneas, con planos, con puntos de inmensidad, sus poemas se vuelven prismas, formas que esparcen imágenes de luces y sombras en medio del amor y dirigidos a un “tu” lírico que lo centra, lo confiesa, lo incita. Prismas donde caben pinceladas como la que a un pintor se le antojan por la fuerza y por la textura de la palabra y de su color inusitado. Por momentos y adrede esa intención plástica suena discordante pero el poema avanza y todo toma sentido y se completa la obra. Pidello relata o pinta lo que ve, lo que sabe, lo que vivió, lo que recuerda, leyéndolo podemos estar en medio de los trenes a velocidad o entre los cuerpos amándose; en Buenos Aires o en Roma, en el mismo poema; en Venecia, África o Grecia; “entre montañas de quietud o en una escalera de vientos salvajes”, todo lo imposible se torna posible, en las páginas de este libro sentimos el frío y el calor, que nos permite compartir. El poeta transmite y permite. Nos deja pasar por ese puente que une etnias lejanas, momentos históricos distantes (poemas sobre Las Cruzadas, la vida en África de Rimbaud, etc.), tiempos que podemos vislumbrar poéticamente sólo por su lucidez y su oficio. Un tiempo interlineado en el que va y vuelve, vivifica el ayer de tal modo mezclándolo con el hoy, que los textos adquieren una elasticidad y una tensión propia. La escritura de Pidello, evidencia su vocación de viajero, amante de la historia, que en su paso por tierras de otros países va haciéndose de imágenes, conversaciones interiores y percepciones, llegando a narrar en cada texto acontecimientos que tuvo lugar en siglos remotos. Su voz los rescata al presente, como acaece en la segunda parte del libro, en la que evoca el oscurantismo medieval y su arte de la prohibición y la guerra. Como hombre de ciencia, Pidello rechaza aún más que el común de la gente aquella época que se distinguió por mantener los conocimientos nuevos ocultos ante la iglesia y la sociedad conservadora, para que las ideas científicas no fueran tachadas de blasfemia, herejía o brujería. Pero también alude en El Patio de los voraces a la Europa Santa del siglo XI y al fuego de la época diciendo: “La llama arde en la ventana del jardín de la menta/La piel arde, en los juegos de los tiempos de los reyes” Los mismo versos anteriormente los cita en inglés y en francés (no en vano ni por antojo) Y en otro poema de este tramo dice: “El itinerario rojo de los ejércitos/enloquecidos desviaron/ más de un siglo de buenos pensamientos”. Pidello vuelve a aquellos hechos. La cuerda que habla es de una lírica pulsada fuertemente. Decidor y decidido hacen del poema un objeto estremecedoramente bello, atravesando el lenguaje con sonidos y significados colocados adrede en su afán explorativo de la lengua, con una suerte de agitación controlada y con una sublevación que corre de principio a fin por toda su sangre, su palabra y su pensamiento.
A.R.