MANUAL DEL AGUA. NORA HALL.
Papeles del Boulervard 2007.
Desde la ilustración de la tapa que es un óleo sobre tela de Ricardo Cinalli titulado “La Ducha” (2005) que muestra a un hombre de caracteres primarios sentado en un sillón de oficina tratando de desperezarse o desentumecerse bajo una llovizna liberadora. La imagen del hombre que aún atado a una sociedad que lo limita (la silla de trabajo) por debajo de esa piel conserva todos los sentidos conectados a una libertad necesaria y una esplendidez desnuda y sensual que rectifica las prisiones. El libro comienza con el capítulo “Iniciales”. Cada poema tiene un destinatario advertido en las iniciales de los nombres de aquellos a quienes se dirige. En CB dice: “es tiempo de incienso y de trabar puertas/ para que no rechine su madera /o de excavar un cauce/ que haga de la ciénaga un pasaje / navegable” en GL: “Puesta de hadas, Cenicienta/ no hay cristal que resista/ quedarse en casa / es apropiado /ahora…; en CS: “En casa ajena/ ¿podría protestar? ¿o sentirme agraviada? ¿exigir un abrigo? ¿litigar?...¿Voy a ocupar / a medias / una casa? ¿Un cuerpo / que resbale / en el sueño/ y no me toque? ¿Un mundo apenas habitable / que no turbe/ el secreto?...” NH. habla y pregunta por los designios, habla de pasajes, momentos, agonías, saturaciones del sentido de una vida, habla del lugar (la casa) como de aquel sitio del estar y del ser de ese espacio o territorio donde lo cotidiano toma forma y se completa con el amor o se fisura cuando una persona y su soledad deciden encender inciensos para conjurar el dolor, trabar puertas para que su rechinar no ilusione un llegar, un protegerse de las particiones disimuladas, de los repartos insidiosos que generan las separaciones de los cuerpos y de las almas. También va por las pasiones (Génesis) y las condenas de lo edénico y de la ira punitiva como contrapartida del deseo, y agrega un saber: el de la culpa y su insistencia resonando. En uno de los epígrafes cita a Homero “Registraba la estancia por si hubiese quedado vivo alguno” y luego evoca a Vallejo “Yo moriré de vida y no de tiempo”; en otro poema trae la voz San Juan de la Cruz “Y era la noche oscura/ Y alumbraba la noche”. Son los quiebres los que van hilando los destinos de todas las personas inicializadas, (y de todo ser) muertes tomadas como arrasamiento y tierra yerma; o como una obstinación y una paradoja, o como revelación. Modos de aceptación de lo inevitable. En el segundo capítulo “Ejercicios Espirituales” Hall nuevamente visita esos caminos edificados en la densidad de las explicaciones y de las percepciones. Nada es demasiado seguro y el hombre puede hacerle dobleces a la vida para poder vivirla: “Nuestros antepasados / debían / -para evitar las reprimendas o la muerte – además de nutrirse / no perder tiempo en juegos y rodeos (…) irse a tiempo (…) evitar las mordeduras de animales venenosos (…)” Esos ejercicios del espíritu para conservar lo imprescindible del creer, ejercicios de despojamiento como cuando se escribe el poema y se decide tal vez doblar en tres la página “usada o mal tejida”, y luego ver que sucede con la muerte. En Canto III dice “Mal del ojo empecinado/ en mirar con desazón/con resentimiento/ cada tramo / de lo que se guarda / y por eso no se ve” el proceso de las ocultaciones, lo que existe y no es mostrado. Mal de ese ojo que no puede ver la totalidad de los momentos más críticos -o que no quiere- aquellos instantes en que se precipitan los aturdimientos pero a la vez curan, en el torbellino violento de los umbrales donde se decide “sin gloria y sin infamia”. También en este poema encuentro un aludir a la decisión sobre lo que se escribe, la palabra que muestra y guarda, la desconfianza hacia los excesos y el sostenerse mientras un viento fuerte somete al poeta. Este incurrir en miradas de lo guardado, de lo que se reserva a costo de memorar, o de ver, también se presenta en el poema dedicado a los espejos, allí N.H. habla de forzar imágenes en los espejos de “puro marco enjoyado prestado/ lo que creemos traslúcido / es superficie / espejismo de fango / y algas descompuestas”. Además de describir esos espacios -de reflejos: -luces y brillos desconcertantes- habla de la frustración de lo encontrado debajo de lo inmediato, y propone un enfrentamiento de “cuerpo entero” en una pureza reflexiva, en una apuesta hacia la nitidez de la palabra o de los argumentos. En el poema que da título a este capítulo, refiere a una condición ermitaña del hombre necesaria para quedar a salvo de los miedos, en busca de una resurrección que alivie el peso de la historia mínima; pero, se impone un pero; comienzan los recuerdos olfativos y visuales que “ensanchan la nariz” y la sangre como lugar de lo familiar, algo sucede con los olores conocidos que retrotrae, que implica en los repasos de la vida y que impide esa resurrección buscada en lo íntimo y al cobijo de los silencios y los alejamientos. En el último tramo “Manual del Agua” que da titulo al libro, la autora nos propone una lectura variada sobre este elemento vital. Y volviendo a la tapa de este manual, nos impone -desde distintas observaciones- esa liberación de agua lavándonos. En “la sombra del ciprés/ casi un cuchillo/ abría en el agua, despacio, / su fuga (…) lo único perenne era esa despedida…” (a mi padre); o, “como la lluvia, el pudor /no rozaba los cuerpos / sólo tu boca/ que no decía…”; o, “…susurrar los nombres / de los que nunca / van a llegar / del agua/ o hasta el agua.”. “Un trocito pequeño se desprende de su moldura después de recibir de aguas de nieve y la vertiente de cien mil tejados. (…) en estado insular / su pequeñez destella/ el charco donde cae.” N.H. va haciendo un largo poema de agua donde incluye sus afectos más tenaces, la lluvia y su pudor, la boca y su pudor, el nombrar y los nombres susurrados de los inválidos del desciframiento poético, aquellos fragmentos de memoria que cayendo alumbran. El elemento va marcando la traza de la historia “Itaca ya no es más que aposentos vacíos / y cuartos anegados /del agua asoman monumentos/ cementerios prehistóricos/se oyen cantos litúrgicos /hay penitencias públicas. (.,..) Y el ojo –la memoria- (…) se excita al ponderar la claridad…”. El agua como continente del todo, como elemento originario y como resignada disolución. La poeta busca en “las aguas madres, la grieta, la vertiente” su sentido del oficio y “cada gota busca su lumbre” como cada poema su lugar “anidado”, “escrito en el agua o con el agua al cuello”
ANA RUSSO